GUILLERMO NUGENT: “EL DESEO DE VIVIR ES LA ÚNICA BRÚJULA QUE TENEMOS EN ESTE MOMENTO”
Sociólogo, psicoterapeuta y docente universitario. Ha publicado El laberinto de la choledad (1992), El orden tutelar: sobre las formas de autoridad en América Latina (2010), La desigualdad es una bandera de papel (2020), entre otros títulos.Esta conversación sucedió en agosto de 2020.
Entiendo que usted no ha subestimado al virus.
No, nunca, en lo absoluto.
Lo digo porque hay quienes piensan que en dos meses termina la pandemia. No sé si es negación u optimismo.
Es negación. Otra forma sutil de negación es situar las expectativas de redención mesiánica en una vacuna. Lo cierto es que lo único que nos protege por ahora es el distanciamiento, las mascarillas y demás medidas. Es lo que funciona ahora y tiene que funcionar mejor. Si más adelante contamos con una vacuna, en buena hora. Pero hay quienes quieren olvidar las angustias del presente porque llegará la vacuna. Es una manera de llevar el mesianismo al cortísimo plazo: la redención llegará ya, ya, ahorita.
Usted ha criticado el uso de frases y términos bélicos durante la pandemia, como “esta guerra la ganamos todos”, “Comando Covid”, “Comando vacuna”, “Patrulla Covid”. ¿Por qué?
Porque es atroz pensar que estamos en guerra y que el otro es el enemigo. Esto se debe a que estamos acostumbrados a pensar que la única mortalidad colectiva es producto de la agresión humana. Es que después de la gripe española y la aparición de los antibióticos no tenemos un referente cercano de muertes masivas, solo la guerra. La realidad es que todos debemos protegernos. Eso es diferente.
“Protegernos” suena mejor.
Desgraciadamente, es una conjugación verbal que apenas aparece en las campañas de comunicación. Una ministra ha dicho, con las mejores intenciones seguramente, que debemos comportarnos como portadores asintomáticos. Es la paranoia absoluta. Ver al otro como enemigo es socialmente corrosivo. Para protegernos hay que disminuir los contactos físicos, pero no porque el otro sea un enemigo.
No solo es un problema de forma, sino de fondo.
El uso de las palabras tiene un nivel determinante en las interacciones sociales, pues la sociedad tiene un fundamento lingüístico. Cómo nos comunicamos orienta el sentido de nuestras acciones. El vocabulario debe estar orientado a protegernos, insisto.
Gran parte de los contagios ocurre en las casas. Este virus ha arrasado familias que se juntaron para celebrar un cumpleaños o el Día de la Madre.
Ahí está el lado fatal de la elección de palabras: si la guerra es contra el enemigo y a mi abuelita la quiero mucho… ¿cómo podría ser mi enemiga? Mi abuelita está en mi batallón, no puedo alejarme de ella. Resultado: abuelita contagiada, papá contagiado, hermana contagiada, todos contagiados. Este vocabulario de guerra no tiene sentido práctico. En cambio, “protegernos” encierra un sentido de prudencia, pero también de afecto.
Al parecer, que la ciencia no tenga cabida en los medios provoca malos entendidos. Por ejemplo, al ignorar la prueba y el error como parte del método científico, se exige infalibilidad a la OMS o a los expertos.
Así es. Se cree que la ciencia debería ser milagrosa, cuando es todo lo contrario: es pasar de la cultura del milagro hacia la cultura de los experimentos. En estos meses se ha develado la carencia de periodismo científico en los medios de comunicación. Es un páramo desde hace muchos años. Sin embargo, es importante que exista una labor de difusión del pensamiento científico para ayudar a entender que los problemas requieren investigación, que no hay respuestas inmediatas, que en esa búsqueda hay distintas alternativas y que se deben poner a prueba. Lo que observo, más bien, es corrosión en la confianza hacia la ciencia.
Muchos ya prometieron que no se vacunarán.
Es impresionante. No sorprende del todo dentro de una retórica de guerra, donde hay amigos y enemigos. En esa lógica, una “vacuna china” se percibe como arma del bando enemigo.
Hace unos días me comentó brevemente que la pandemia ha cambiado el sentido de los plazos. ¿Podría desarrollar esa idea?
Sí. Hemos pasado de los proyectos a los deseos. Todos teníamos proyectos hasta fines de 2019, desde promesas ilusorias de Año Nuevo hasta los planes personales, laborales, familiares, etcétera. Todo ello está en crisis desde 2020. Nos decimos constantemente “cuando todo esto pase”, que es una forma de decir que no hay proyectos. Pero si no hay proyectos, ¿cómo vivimos? Surge entonces el deseo como motor principal para mantenernos activos. El deseo de vivir, para ser preciso, es la única brújula que tenemos en este momento.
Adiós a los planes a largo plazo.
Hoy nadie dice “bueno, me cuido de la pandemia porque en 2021 postularé a una beca”. No, te cuidas porque quieres seguir viviendo. La tragedia es que para millones de personas que, por hambre o por deudas, salen a las calles para trabajar, el deseo de vivir entra en conflicto con la amenaza de contagiarse.
La vida cotidiana cambió, aunque cueste aceptarlo.
Se está reordenando. Por ejemplo, cines y teatros tendrán un periodo de para muy prolongada. Esto podría hacernos volver a las épocas del ágora ateniense, cuando el teatro se hacía al aire libre. Se abren posibilidades, pero eso implica disponer de espacios.
Esa ágora tendría que ser con distancia social, no tan pegados como en la pintura de Rafael.
Claro, ahora tenemos micrófonos y altoparlantes. Lo cierto es que tenemos que adaptarnos, sin olvidar que debemos protegernos. Es un poco ilusorio pensar que será la última epidemia viral. No digo que habrá una cascada interminable de epidemias, pero es poco prudente pensar que este será un acontecimiento irrepetible. Podemos echar la culpa al murciélago, al pangolín o a China, pero lo único cierto es que los virus llegan para quedarse.
Asia sabe de epidemias recientes.
Claro, el SARS y el MERS han estado dando vueltas por ahí en los últimos años. A diferencia de esas enfermedades que pudieron ser frenadas, la pandemia de hoy es provocada por un virus que se transmite muy rápido y que mata lentamente.
¿Podemos hacer algo para para afrontar esta época tan devastadora?
Además de protegernos, hay que acompañarnos. Aunque sea digitalmente. Es importante que reconozcamos nuestras montañas rusas emocionales en estos días tan duros, porque son muy duros, César, y que necesitamos acompañarnos. Protegernos y acompañarnos son dos palabras y acciones necesarias en estos días.
La importancia de la salud mental.
No hay una conciencia compartida sobre la gravedad de lo que estamos viviendo. La angustia, que es un apocalipsis interno, hace a la gente regresionar. Infantiliza. Muchas casas se están convirtiendo en guarderías por esta razón. Entonces, la necesidad de una comunicación terapéutica es fundamental.
¿Desear que esto termine pronto es realista?
“Pronto” dejó de ser una esperanza para ser una negación de la realidad. “Pronto” era válido hace tres meses [mayo de 2020], pero ahora no.